Los primeros en reconocer la danza como un arte fueron los griegos. Dando lugar a la musa Terpsícore.
Su práctica estaba ligada al culto del dios Dioniso.
Ponía al individuo en relación con los dioses, aunque también comunicación y cohesión social.
Platón reconoció tres especies de danzas, dos de «honestas» y una de «sospechosa»:
La primera, de pura imitación, que con dignidad y nobleza se ajusta a las expresiones del canto y de la poesía.
La segunda, destinada a procurar la salud, ligereza y buena gracia en el cuerpo.
La tercera o sospechosa era de las bacantes y otras semejantes que con pretexto de cumplir con ciertos ritos religiosos imitaba la embriaguez y se abandonaban a toda suerte de excesos.
Lo introdujeron al teatro
Danza Romana
En el altar se encontraban coros, que eran acompañados de danzas. Aunque estos bailes hayan sido sucesivamente desterrados de las ceremonias de la Iglesia, no obstante se conservan todavía en algunos pueblos católicos en honor de los misterios más augustos de esta religión.
En la antigua Roma la danza perdió importancia y valor social y religioso. De hecho, bailar podía ser algo considerado inconveniente en los hombres, lo que demuestran las críticas dirigidas a Escipión el Africano que tuvo el atrevimiento de danzar ante sus hombres, seguramente una danza guerrera.
Entre los romanos se usaba una especie de danza que mejor debería llamarse pantomima en los entierros o funerales.