La poesía fue, para la Grecia arcaica, una herramienta muy amplia y muy poderosa. Era, de alguna forma, compañera de todo aquello que fuese bello e incitase a la reflexión y al crecimiento interior, por lo que el arte y, específicamente, la poesía adquirieron un carácter sagrado. La poesía en todas sus múltiples formas (homérica, elegíaca, la yámbica y lírica) era empleada en las festividades populares, que la mayoría de las veces eran fiestas religiosas, estableciendo un claro y estrecho vínculo entre la poesía, las festividades y lo sagrado.
Safo es la artista más antigua que recuerda la cultura occidental. Nació en el último cuarto del siglo VII a.C., siglo en que las antes fuertes y resistentes civilizaciones se desploman, pero cuyos frutos serán las semillas que fecundarán y darán vida a las nuevas sociedades. La jovencísima y armónica cultura griega crecerá y se irá formando. La belleza que más tarde la caracterizará irá inundando el espíritu incipiente de la época.
Safo rompe con este rol convencional y proyecta una imagen de sí misma responsable, segura y constructora, consciente de su entorno. A través de sus poemas rompe con la acostumbrada tendencia bélica y un poco violenta que llenaba los escenarios de la época. Safo habló de lo cotidiano, dedicó poemas a íntimas conversaciones con su madre, con su hija, etc. Reflexiones sobre el amor, la belleza, el bien. Incluso hay algunas de gran naturalidad y expresión en las que habla con una diosa y le narra sus emociones, cómo se siente, y le pide ayuda para que la guíe. Escribió sobre arquetipos morales que la poesía masculina dejaba al margen. Renovó las temáticas, y sobre todo, la forma de sentir la nueva etapa cultural que estaba surgiendo en su momento histórico. Habló de cosas cotidianas que vivía la mujer, y las enmarcó con bellas palabras. Deseaba que la mujer fuese valorada, daba importancia al papel de la mujer en la sociedad, quería mostrar su visión del mundo, cómo sentía y percibía.
Poema atribuido a Safo:
Me parece que es igual a los dioses
el hombre aquel que frente a ti se sienta,
y a tu lado absorto escucha mientras
dulcemente hablas y encantadora sonríes. Lo que a mí
el corazón en el pecho me arrebata;
apenas te miro y entonces no puedo
decir ya palabra
Al punto se me espesa la lengua
y, de pronto, un sutil fuego me corre
bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban,
me invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz.